sábado, 6 de noviembre de 2010

¡DIOS MÍO CONTIGO NADA ME FALTA!


¡Dios mío contigo nada me falta!

Ya queda menos. El rancio culto a lo solemne, el misterio de la zancada de un Nazareno de túnica bordada sobre la mesa de canastilla y claveles del color de la sangre por un justo derramada. Los del rancio abolengo buscan la verdad incuestionable del Dios que motiva la existencia de sus vidas. La historia, que bebe de las aguas puras de la fe, cuenta de la vida de un hombre justo que padeció tormento y fue glorioso en su Resurrección. Una historia, hace largos siglos ocurrida, que tomará cuerpo y vida, desfilando en a penas unas horas delante de hombres sedientos de piedad y asumidos en la desidia. Las almas duermen en el profundo sueño de la nostalgia y los cuerpos yacen vencidos a la barbarie de un mundo que les tocó vivir sin pena ni gloria. De repente todo se detiene, lo que era profundo sueño se vuelve gozo en vida. Los corazones que aman Sevilla laten más deprisa. Las apenadas almas encuentran alivio, las vidas sentido a su cuestionable existencia.

Todo es silencio, ni el aire de la brisa respira, el azul del Cielo se vuelve oscuridad y tinieblas. La Ciudad se paraliza. En una plaza, por un Santo Mártir coronada, ante el silencio de una masa humana, que es oración y llanto profundo, se escucha el chirriar de una puerta. Ya no hay pena que valga. Una cruz bañada de atributos pasionales avanza despacio ante la atenta mirada de hombres y mujeres cargados por el inexorable y contundente paso de los años. Un mudo murmullo recorre la Plaza, la oscuridad de la noche da paso a la verdad de una Luz de amor infinito. El Señor hace presencia y llena de amor toda una Plaza, toda una Ciudad y hasta un infinito Universo.

Oraciones y lamentos nacen de rotas gargantas que hacen versos de los más sinceros y profundos de los rezos. El más Grande entre los grandes camina alargando su zancada, le sigue una comitiva de mujeres cargaditas de años que cubren sus rostros para protegerse del incesante goteo de lágrimas de hirviente cera, esas benditas mujeres que nunca le fallan, esas mujeres que siguen al Señor cada Madrugada, que olvidan por unas horas sus muchos dolores, sus muchas penas y que le dicen al Señor ¡Dios mío contigo nada me falta!

Los primeros rayos de luz de la mañana dan entrada a un coro de pajarillos que como ángeles bajados del Cielo anuncian que Dios mismo pisa las calles de Sevilla. Los cansados pies de las abuelas de Sevilla se detienen, sus miradas tornan hacia el Señor y una súplica invade sus corazones ¡Señor Mío sólo quiero pedirte que me des fuerzas para que el año próximo vuelva a estar contigo!

Las atormentadas memorias de repente olvidan sus muchas miserias y las puertas de la Basílica se cierran al Traspaso de María. Un año más se obró el milagro, el mismo Dios paseó su bondad por las calles de esta noble, mariana e invicta su Ciudad. Los corazones entregados al Señor se atreven a gritar lo que los titubeantes labios nunca podrían decir ¡Dios mío contigo nada me falta!





Bienaventurados sean los rancios porque de ellos es el Cielo de Sevilla .........................

martes, 26 de octubre de 2010

A D. José Antonio Garmendia



Tengo a bien abrir las puertas de esta bitácora con el fin de llegar al corazón del rancio sevillano. Trataré de ahondar en su memoria para rescatar lugares, personajes y acontecimientos que marcaron su niñez y que perviven en la habitación de sus recuerdos. Las entradas serán escritas por cada uno de ellos. No seré yo quien apunte cada tema a debatir.
Rancios de Sevilla rinde homenaje a tantos sevillanos que durante siglos mantuvieron la esencia de la Sevilla inalterable al paso de su Historia. Marcado por la obra de D. Francisco Robles, cofrade crítico y excelente orador, trataré de llenar las páginas de este libro que ahora mismo empiezo a escribir de hermosas historias de amor a Sevilla. Su Pregón en el Atril macareno a los pies de la Esperanza y sus inigualables retransmisiones de la llegada del Señor de Sevilla a Carrera Oficial quedan para todos nosotros como mejores testimonios de un sevillano con mayúsculas.
En ningún momento trataré de alcanzar la excelencia de su añorado blog “CANAL RANCIO”. Hace meses que encuentro un gran vacío en mi otrora ocupada soledad y creo que llegó el momento de dar un paso al frente.
En esta primera entrada quiero recordar a un personaje imprescindible para la Sevilla rancia.
D. José Antonio Garmendia Gil, nacido en el año de Nuestro Señor Jesucristo de 1932 fue uno de esos sevillanos que no dejaron indiferente a nadie. Su apariencia y su forma de vida lo acercaban a otra época. Destacado humorista gráfico sevillano reconocido principalmente en sus facetas de escritor y comunicador radiofónico. Además fue un notable dibujante.
Su lírica humorística en ocasiones cargada de una gran carga de profundidad nos acercaba a ver el lado oscuro de nuestra sociedad. Como nadie ironizaba sobre temas de trascendental importancia. Su humor rompía con los esquemas del gracejo sevillano. Llegaba a confundirnos con su serio semblante y ese trasfondo de ternura que se adivinaba en sus ojos.
Paseante incansable por las calles del Centro de nuestra Ciudad, contertulio ocurrente, y gran dominador del refranero español, cubrió una importante etapa de su vida participando en los programas radiofónicos capitaneados por D. Carlos Herrera. Destacaría sus jocosas y geniales recetas culinarias en verso.
Llegó a autorretratarse como leemos a continuación:
«Nací en Sevilla; mi apellido es vasco.
Vasca mi sangre, vasca mi figura.
Temo a la gente, la cordial me apura.
La palmada en la espalda me da asco.

La hembra me enerva; le doy bien al frasco.
Soy tímido a la vez que caradura.
De cuanto di, jamás pasé factura.
Cuando me pica la ilusión me arrasco.

Creo en Dios. Uso barba, como Cristo.
Como Judas también, como el demonio.
Me gusta el mundo y me horroriza el mundo.

Soy uno más. Me canso, luego existo.
Adoro a mi mujer, me llamo Antonio,
y me muero segundo tras segundo.»

Desde aquí mi homenaje, querido D. José Antonio, por habernos alegrado la existencia en incalculables ocasiones. El nomenclátor sevillano, a bien merece, ocupar uno de sus rincones con su nombre.

Bienaventurados sean los rancios porque de ellos es el Cielo de Sevilla……………………..